Se acercó el discípulo al Maestro, vestido con ropas
sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi dijo:
—He estado buscando a Dios durante años.
Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho
que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio
de los monasterios y en las chozas de los pobres.
—¿Y lo has encontrado? — le preguntó el Maestro.
— Sería un engreído y un mentiroso si
dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?
¿Qué podía responderle el Maestro? El
sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de
gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera
cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito
zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar...
Y sin embargo, aquel buen hombre podía
sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba
buscándolo.
Al cabo de un rato, decepcionado, salió
de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.
Anthony de Mello
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