domingo, 20 de julio de 2014

Cuento sobre la honradez y el amor

Hacia el año 250 a.C., en la China antigua, cierto príncipe de la región de Thing-Zda estaba en vísperas de ser coronado emperador, pero antes, conforme a la ley, debía casarse.
Como se trataba de elegir a la futura emperatriz, el príncipe debía encontrar una en la que pudiera confiar ciegamente. Aconsejado por un sabio, decidió convocar a todas las jóvenes de la región para encontrar a la que fuera más digna.
Una señora mayor, sierva del palacio desde hacía muchos años, al oír los comentarios sobre los preparativos para la audiencia, sintió una gran tristeza pues su hija alimentaba un amor secreto por el príncipe.
Al llegar a casa y contárselo a la joven, le espantó oír que también ésta pretendía comparecer.
La señora se desesperó:
—Hija mía, ¿qué harás allí? Estarán presentes las jóvenes más bellas y ricas de la corte. ¡Quítate esa insensata idea de la cabeza! Yo sé que estás sufriendo, pero, ¡no transformes el sufrimiento en locura!
Y la hija respondió:
—Querida madre, no estoy sufriendo y, menos aún, me he vuelto loca; sé que jamás podría ser elegida, pero es mi oportunidad de estar al menos unos momentos cerca del príncipe, eso ya me hace feliz… aun sabiendo que mi destino es otro.
Por la noche, cuando la joven llegó al palacio, estaban allí, efectivamente, todas las jóvenes más bellas, con las ropas más elegantes y las joyas más preciosas y dispuestas a luchar de cualquier modo por la oportunidad que se les brindaba.
El príncipe, rodeado por su corte, anunció el desafío:
—Daré a cada una de ustedes una semilla. La que dentro de seis meses me traiga la flor más linda será la futura emperatriz de China.
La joven cogió su semilla, la plantó en el tiesto y, como no tenía demasiada habilidad para las artes de la jardinería, cuidaba la tierra con mucha paciencia y ternura, pues pensaba, si la belleza de las flores surgiera como prolongación de su amor, no tenía que preocuparse por el resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven probó un poco de todo, habló con labradores y campesinos, que le enseñaron los más variados métodos de cultivo, pero no consiguió el menor resultado. Cada día sentía más lejano su sueño, aunque su amor seguía tan vivo como antes.
Por fin, transcurrieron los seis meses y nada nació en su tiesto. Aun sabiendo que nada tenía para mostrar, era consciente de su esfuerzo y dedicación durante todo aquel tiempo, por lo que comunicó a su madre que volvería al palacio en la fecha y la hora convenidas. Secretamente sabía que aquel sería su último encuentro con el amado y no estaba dispuesto a perderlo por nada del mundo.
Llegó el día de la nueva audiencia. La joven apareció con su tiesto sin planta y vio que todas las demás pretendientes habían conseguido buenos resultados: cada una de ellas tenía una más hermosa que la otra, de los más variados colores y formas.
Por fin, llegó el momento espetado, entra el príncipe y observa a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de observarlas a todas, anuncia el resultado: indica a la hija de su sierva como su nueva esposa.
Todos los presentes empiezan a quejarse, diciendo que eligió a la que no había conseguido cultivar ninguna planta.
Entonces fue cuando, con la mayor calma, el príncipe aclaró la razón del desafío:
Ésta ha sido la única que ha cultivado la flor que la ha hecho digna de llegar a ser una emperatriz: la flor de la honradez. Todas las semillas que entregué eran estériles y no podían germinar en modo alguno.

Fuente: Como el río que fluye – Paulo CoelhoHacia el año 250 a.C., en la China antigua, cierto príncipe de la región de Thing-Zda estaba en vísperas de ser coronado emperador, pero antes, conforme a la ley, debía casarse.
Como se trataba de elegir a la futura emperatriz, el príncipe debía encontrar una en la que pudiera confiar ciegamente. Aconsejado por un sabio, decidió convocar a todas las jóvenes de la región para encontrar a la que fuera más digna.
Una señora mayor, cierva del palacio desde hacía muchos años, al oír los comentarios sobre los preparativos para la audiencia, sintió una gran tristeza pues su hija alimentaba un amor secreto por el príncipe.
Al llegar a casa y contárselo a la joven, le espantó oír que también ésta pretendía comparecer.
La señora se desesperó:
—Hija mía, ¿qué harás allí? Estarán presentes las jóvenes más bellas y ricas de la corte. ¡Quítate esa insensata idea de la cabeza! Yo sé que estás sufriendo, pero, ¡no transformes el sufrimiento en locura!
Y la hija respondió:
—Querida madre, no estoy sufriendo y, menos aún, me he vuelto loca; sé que jamás podría ser elegida, pero es mi oportunidad de estar al menos unos momentos cerca del príncipe, eso ya me hace feliz… aun sabiendo que mi destino es otro.
Por la noche, cuando la joven llegó al palacio, estaban allí, efectivamente, todas las jóvenes más bellas, con las ropas más elegantes y las joyas más preciosas y dispuestas a luchar de cualquier modo por la oportunidad que se les brindaba.
El príncipe, rodeado por su corte, anunció el desafío:
—Daré a cada una de ustedes una semilla. La que dentro de seis meses me traiga la flor más linda será la futura emperatriz de China.
La joven cogió su semilla, la plantó en el tiesto y, como no tenía demasiada habilidad para las artes de la jardinería, cuidaba la tierra con mucha paciencia y ternura, pues pensaba, si la belleza de las flores surgiera como prolongación de su amor, no tenía que preocuparse por el resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven probó un poco de todo, habló con labradores y campesinos, que le enseñaron los más variados métodos de cultivo, pero no consiguió el menor resultado. Cada día sentía más lejano su sueño, aunque su amor seguía tan vivo como antes.
Por fin, transcurrieron los seis meses y nada nació en su tiesto. Aun sabiendo que nada tenía para mostrar, era consciente de su esfuerzo y dedicación durante todo aquel tiempo, por lo que comunicó a su madre que volvería al palacio en la fecha y la hora convenidas. Secretamente sabía que aquel sería su último encuentro con el amado y no estaba dispuesto a perderlo por nada del mundo.
Llegó el día de la nueva audiencia. La joven apareció con su tiesto sin planta y vio que todas las demás pretendientes habían conseguido buenos resultados: cada una de ellas tenía una más hermosa que la otra, de los más variados colores y formas.
Por fin, llegó el momento espetado, entra el príncipe y observa a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de observarlas a todas, anuncia el resultado: indica a la hija de su sierva como su nueva esposa.
Todos los presentes empiezan a quejarse, diciendo que eligió a la que no había conseguido cultivar ninguna planta.
Entonces fue cuando, con la mayor calma, el príncipe aclaró la razón del desafío:
Ésta ha sido la única que ha cultivado la flor que la ha hecho digna de llegar a ser una emperatriz: la flor de la honradez. Todas las semillas que entregué eran estériles y no podían germinar en modo alguno.
Fuente: Como el río que fluye – Paulo Coelho

No hay comentarios:

Publicar un comentario