La alegría es el fruto del
amor, que alimenta el alma de quien la da y quien la recibe. Todo lo que damos
se nos devuelve de alguna manera, si damos amor recibiremos amor, mientras más
damos, más recibimos, es una fuente inagotable que crece a medida que
entregamos a otros… es algo milagroso.
La alegría es natural del
ser humano, nacemos con ella, es maravilloso ver la alegría en un niño pequeño
que se sorprende permanentemente. A un niño todo le parece mágico, un
descubrimiento hermoso. Los vemos saltar de alegría cuando van al parque y ven
un pato en el agua, o un ave volar. Los oímos reír a carcajadas por cualquier gesto
o mueca del padre. Ellos siempre nos miran a los ojos, son capaces de
conectarse con nuestro verdadero ser.
La capacidad de recuperarse
es sorprendente en los niños, lloran ante algo que les duele, hacen una rabieta
o pataleta; expresan abiertamente sus sentimientos negativos y al poco tiempo
están nuevamente felices, sonriendo. Tienen esa capacidad extraordinaria de
olvidar y recomenzar, caen y vuelven a levantarse una y otra vez, hasta cuando
logran caminar y correr, y mientras lo hacen sonríen por su victoria.
Los niños nos reconectan con
el amor, no hay persona que no ría ante las travesuras de un chiquillo, una
pregunta que nos deja atónitos, o un cuento que ha inventado. No hay nadie que
nos haga nacer sentimientos de compasión y ternura como un niño, nos
estremecernos ante su llanto por el dolor y rechazamos los hechos que los
maltratan, quisiéramos que ningún niño sufriera.
Los niños son nuestros
mejores maestros, volver a ser como niños es la clave para encontrar la
verdadera felicidad y acrecentar la alegría por la vida. Es prioritario volver
a dedicar tiempo para jugar, para compartir y divertirnos, quitar tanta
seriedad de la vida y hacerla menos
dramática.
Hagamos como los niños,
permitámonos sentir más amor. Un niño pequeño no tiene discriminación de ningún
tipo, el se acerca amorosamente a cualquier persona, sin distinción de raza,
credo, ideología, posesiones o demás atributos que los adultos valoramos más.
Un niño pequeño es un espejo donde toda sonrisa que regales será reflejada en
su rostro. Si pudiéramos poder ver a cada ser humano como un niño, estaríamos
más abiertos a entregar nuestro amor y hacerlos felices.
Oro a Dios para que podamos
recuperar ese niño que alguna vez fuimos, para gozar la vida y regalarle más
alegría al mundo.
Liliana
No hay comentarios:
Publicar un comentario