1. Que todos nos sintamos hijos del
mismo Sol y engendrados por la misma Luna. Que todos sintamos al planeta Tierra
como nuestro suelo y nuestro techo. Que todos disfrutemos y reconozcamos el
mismo hogar; pues, a pesar de dormir en distintas habitaciones, compartimos el
mismo salón. Que las únicas diferencias sean tan superficiales que no pasen la
frontera de la piel. Que las armas se cambien por abrazos, que las balas se
conviertan en besos, que cada bomba sea enmudecida por mil orgasmos.
2. Que no sintamos miedo de sentirnos a solas con nosotros mismos. Aceptemos
ser nuestro mejor invitado y nuestro mejor anfitrión. La fuerza solo se prueba
bajo momentos de tensión; antes de salir el Sol, la noche alcanza su punto más
oscuro. Lo peor siempre antecede a lo bueno, todo va a servir para medir cuán
profundos somos, cuán poderosas son nuestras espaldas, que avanzan firmemente
dirigidas hacia quien de verdad somos.
3. Jamás tendremos otra cosa de lo que ya tenemos. Jamás seremos otra cosa que
aquello que siempre hemos sido. Dancemos bajo la tormenta; pues, sabemos que
pasará, nada dura para siempre, y pronto vendrá el sol. Así, cuando lloremos
dibujaremos una serena sonrisa, será nuestra manera de invocar al astro rey. No
temamos mojarnos, silenciemos los truenos con carcajadas, aprovechemos los
relámpagos para reconocernos en medio de la oscuridad, sintamos el olor a
tierra mojada y gocemos el silencio, adornado por el trinar de pájaros, que
sobreviene a la tempestad.
4. Hagamos descansar a la vista, órgano
hipertrofiado, y desarrollemos el oído. Escuchémonos, hemos de estar atentos.
El Ángel de la Guarda es nuestra conciencia, que en todo momento sabiamente nos
guía, pero que hemos silenciado a golpe de mando de televisión. Qué claro está
el mensaje, qué poca falta hacen los maestros, libros, gurús o métodos.
Afinemos el oído. Todo se revela solo. Nada que hacer, todo por recibir.
5. Fuera etiquetas, ropa, cargos y
fetiches. Solamente es válido aquello que nos llevaremos a la otra vida, si es
que nos espera algún puerto en la otra orilla. Seamos antes de tener, y no
tengamos nada para poder ser. Nuestra acción, por mínima que sea, ha de ser un
acto de veneración suprema a nuestro templo, que es el cuerpo; y a nuestro paraíso,
que existe y se llama Tierra. Si sabemos cuál es nuestro sitio, ya lo hemos
encontrado.
6. No nos hace falta otro pasaporte para
navegar durante todo este año nuevo: Ojalá nos llamen pronto locos, será la
pista de que vamos por buen camino, por el nuestro. Las sendas transitadas por
los cuerdos son anchas y aburridas. La locura es hermana de la libertad.
Silencio, plenitud, inspiración y
agradecimiento para todos nosotros en el 2015.
Luis Miguel Andrés (profesor de filosofía y consultor personal).
Imagen: Pixabay
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