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Hace un tiempo, mi amiga Esperanza
Casas, una mujer que ha trabajado durante muchos años y de manera desinteresada
como Promotora Cultural Indígena, me contó la historia de Farub y su
familia:
Farub era un niño de 4 años de la
comunidad indígena nonaam wounaam, que vivía en Taparalito, en el alto río San
Juan, zona selvática alejada de Quibdó, Chocó. Su nombre no es nativo, Juan, su
padre, le dio ese nombre en honor a la amistad con un hombre árabe llamado
igual.
El niño fue remitido por un problema
médico a Bogotá. En el hospital, los médicos y las enfermeras le brindaron,
además de la atención profesional, amor y afecto al único niño indígena wounaam
que había allí.
Él, que estaba aprendiendo sus primeras
palabras en español, no pedía regalos, ni juguetes, ni videojuegos, le decía a
mi amiga: “esperanta tráeme cuadeno yo tarea pa tú”
Luego de un tiempo hospitalizado fue
sometido a una cirugía del corazón, desafortunadamente, el pequeño
Farub falleció. En la morgue del hospital, según relata Esperanza*, Juan le
tomó la mano al pequeño y le tejió una hermosa trenza con chaquiras de
colores, mientras, Mary la madre le cantaba:
Mu chain japosim (mi niño nació)
Mu chain jaojim (ni niño creció)
Mu chain japichin (mi niño corrió)
Mu chain incasim (mi niño jugó)
Con la ayuda de varias personas, Farub
pudo ser velado y luego llevado de regreso a su comunidad en la selva, donde
fue enterrado. Ahora, en aquel lugar, crece un hermoso y frondoso árbol.
La familia de Farub hace parte de las
pocas que permanecen en su territorio; luchando por preservar sus tierras
ancestrales y conservar su cultura. Muchas se han desplazado por las
amenazas de los grupos armados, entre ellos: las guerrillas, los
paramilitares y las bandas de narcotraficantes. Según algunos informes
oficiales, se calcula que sólo quedan en todo el país 3000 personas de esta
etnia y están en peligro de extinción.
Juan, el padre de Farub, es
un guerrero: terminó enfermería en el SENA; luego estudió pedagogía; hoy es
profesor de la escuela de la comunidad; ahora viaja 7 horas por el río para asistir
a sus clases en la UNAD sede Quibdó, donde se prepara para ser filósofo y
seguir ayudando a su comunidad. Mary, por su parte, trabajó varios años como
madre comunitaria.
La familia tiene ya 8 hijos, que Juan y
su esposa educan de manera ejemplar: con una inmensa riqueza cultural sobre el
respeto a la naturaleza, la convivencia pacífica en comunidad, la
preservación del arte de la cestería, la elaboración de adornos con chaquiras,
la talla de la madera de alta calidad y los bastones de mando.
Tras esta historia admirable de lucha y
superación de la FAMILIA CHICHILIANO MÁLAGA, te invito a apoyarlos en su
valiente tarea; mediante un donativo que llegará directamente a ellos en Colombia:
Nombre: Juan Chichiliano Málaga
Cuenta de ahorros Banco Popular # 23038015933-5
También, en memoria del pequeño Farub
que pedía cuadernos y no juguetes, estamos haciendo una campaña para recibir
útiles escolares nuevos; para que los niños wounaam que ahora viven en Bogotá,
puedan tener sus implementos para ir a la escuela el próximo año 2016. Quien
desee unirse a esta iniciativa por favor comuníquese conmigo moraleonliliana10@gmail.com.
*Quiero expresar un enorme
agradecimiento a mi amiga Esperanza por compartir esta historia, que aún narra
con lágrimas.
Emberá significa “hombre
bueno” o “buen amigo”
¡Gracias amigos por sus corazones
generosos!
Liliana
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